De ferias y curas va la historia
14/09/2015Tal cual. Este fin de semana han sido fiestas en la provincia que habito. Que es un lugar de la Mancha que casi mejor no acordarse de su nombre por cierto.
Como digo, estábamos en fiestas (hasta ayer domingo por suerte) y tocaba, ya que no se está en una peña que una no está para pillarse una semana de vacaciones para ir a beber y a los toros, ir un rato por la feria.
¿La feria? Eso es un infierno con olor a fritanga, con música que hace que las neuronas se suiciden en masa a todo volumen, padres perdidos y atracciones que, igual que se están desarrollando cosas, no entiendo cómo no han evolucionado desde mi infancia.
Pero no voy a criticar eso, sino a los feriantes. Aunque esté mal visto. Cierto que tienen que ganarse la vida en una casa nómada aguantando a padres subnormales y con todo el día la música del diablo. Pero vamos, que se pagan 3 euros por subir a una atracción como el famoso Tren de la Bruja, que llenando los vagones, cada vez que gira, el taquillero con uñas meñiques del tamaño de un judión de La Granja se pone las lentillas del dólar.
Pues con ese cash, ¿no pueden comprarse unos disfraces que no sean roña pura? Yo me imagino a la que iba con la careta de Minie que se caían los jirones de mierda diciendo «¡qué bien! de aquí a urgencias por urticaria como mínimo!». No da miedo ella, da miedo que ella se acerque y te contagie el dengue. Ese es el verdadero terror, no su interpretación de bruja buenrollista para que no lloren los niños.
Pero éxito hay, que he leído que los feriantes están contentos con la caja que van haciendo este año. Pero digan lo que digan, no es sitio para llevar a los niños, que con tanta luz y música y disfraces venidos a menos no te extrañe que luego quieran ir a locales de mala reputación…
Otro de los atractivos del programa de fiestas recorría con coches «de los de antes» la provincia. Pues bueno, como participaban conocidos, no está mal plantear un día de excursión por los parajes de la zona.
Y allí que nos fuimos, a aprovechar para ver en uno de esos pueblos con encanto un cristo famoso. El pueblo, todo sea dicho, merece la pena allá donde mires. Que si eres avispado en seguida sabrás dónde estuvimos. Pueblo con arco romano y castillo medieval en el que convivieron tres culturas en paz (hasta que por aquella época se lío parda con los reinos taifas, castellanos y demás manglares que llegaron).
Pasear por sus calles es respirar historia y eso se lleva. Las cosas como son. Total, que nos adentramos para llegar a la iglesia y ver al Cristo morenico y nos encontramos una estampa un tanto bizarra. Un cura de los de antes, palillo en boca, atesorando la puerta que estaba con candado. Cerrada la iglesia a cal y canto porque oiga usted, hay una boda y viene el afinador de pianos porque ya que son renovación de votos, han tirado la casa por la ventana y vienen con el coro incluido. El párroco del lugar, digno de película, que no sabe si se abrirá o no.
Bueno, pues en vista de que hasta un rato después no se sabría, al convento que nos fuimos a comprar pastas a las monjitas de clausura porque también es tradición. Pero sí, se han modernizado y ves a través del torno a la monjita con casi burca, pero amable como pocas. (Ojo, que las sores y yo bien no nos llevamos, pero esta fue entrañable como para sacarla de la clausura y llevártela a casa a hacer repostería monacal en directo como parte de un plan de comunicación de «El convento en casa»).
Y masticando pastas de romero y limón volvemos a hacer un intento de cristianizarnos. Allá que volvimos a la iglesia, pero nada, cerrada a cal y canto y ni rastro del cura. La que si llegó cual árbol de navidad fue la sacristana, que con malas pulgas y a gritos le dejó claro a una parroquiana venida de la capital que esa tarde no entraba ni Cristo porque habían reservado la iglesia. ¿Reservado la iglesia? ¿Como los reservados de la discoteca de turno? Pues sí, con gorila en forma de sacristana para que no pasen los no autorizados.
Gritos van, gritos vienen, que la iglesia no se abrió para ni dios si no llevabas la invitación de los contrayentes del bis.
Ya lo que falta por ver, que puedas reservar una iglesia a base de talonario y evitar que, una de las imágenes con más devotos de la zona, pueda ser visitada por los que realmente lo sienten. Dicho esto, con la iglesia hemos topado, que sigue consiguiendo que sus pocos fieles actuales, se cabreen cada vez más.
Estoy por escribir una carta a Francisco, que como es un moderno de la vida, fijo que les llama como a las monjitas para decirles que cómo están y que qué narices hacen. Palabrita de rubia.